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miércoles, 22 de agosto de 2012

#HayUnCamino Chávez: populismo, pan y circo

La política de pan y circo

ANÁLISIS | Para José Azel, el protagonismo de la especie Castro-Chávez es una característica distintiva del pan y circo latinoamericano, donde el énfasis está en el circo


Por José Azel, profesor adjunto del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami y autor del libro Mañana en Cuba.

“Pan y circo” es una metáfora peyorativa de estrategias políticas para apaciguar y distraer a una población desviando su atención de gestiones gubernamentales fracasadas. La estrategia se centra en utilizar programas de bienestar público y espectáculos para desviar atención política de una ciudadanía. De esta manera, el apoyo público se fomenta, no a través de una administración excepcional o políticas públicas eficaces, sino a través de desatención ciudadana, y patrocinio.
La frase tiene su origen en la costumbre romana de retener poder político proporcionando trigo gratis y entradas para los juegos circenses como forma de mantener al público distraído de la política. La expresión también implica una perversa banalización y erosión de los valores cívicos en la ciudadanía.
Como estrategia política pan y circo trasciende tiempo y espacio. En España el dicho toma la forma de “pan y toros”, en Rusia “pan y espectáculo”, y en otros países se conoce como “pan y fútbol”. En América Latina las políticas de pan y circo se han institucionalizado llegando a su máxima expresión en las economías fracasadas de Cuba y Venezuela.
En Cuba, los Castro han perfeccionado la estrategia con cartillas de racionamiento de alimentos, y otros mecanismos de patrocinio, así como con innumerables distracciones que van desde discursos maratónicos, a ingeniar causas de lucha-hasta-la-muerte de tipo circense. En Venezuela, Hugo Chávez ha utilizado pan y circo con frenesí.
Protagonismo de la especie Castro-Chávez es una característica distintiva del pan y circo latinoamericano, donde el énfasis está en el circo. La variante estadounidense se concentra más en el pan.
Independientemente del énfasis, esta conducta política quebranta el desarrollo de medidas públicas eficaces, debilita la sociedad civil, desacredita la vida pública, mina la habilidad política, y conduce a gobiernos incompetentes.
Recientemente, el escritor Andrés Oppenheimer citó la palabra “ineptocracia” como una nueva definición de los malos gobiernos. En una ineptocracia, los menos capaces de gobernar son elegidos por los menos capaces de triunfar, y el patrocinio del gobierno se utiliza para recompensar a los menos capaces de triunfar por elegir a los menos capaces de gobernar.
En EEUU, en esta campaña electoral, ineptocracia se ha convertido en un eslogan de camiseta que recuerda la premisa de Ayn Rand en La rebelión de Atlas.
Unos ven con escepticismo aplicar soluciones de mercado a problemas sociales. Para ellos, asignar una tarea humanitaria al gobierno, por ejemplo el cuidado de la salud, intrínsecamente impregna todo el proceso con moralidad y eficacia. Supuestamente, estas tareas gubernamentales corrigen ineficiencias de la empresa privada. Desde este punto de vista, la calidad de un Estado debe medirse a base de los gastos sociales en que se incurre y se considera que el Estado más compasivo es el que más gasta en subsidios sociales.
Otros ven los aumentos en programas sociales del gobierno como una política indulgente que quebranta la responsabilidad personal. Para ellos, es una lógica perversa venerar los gastos sociales como primordiales . Los gastos sociales necesariamente tienen que ser costeados con aportaciones de otros sectores de la sociedad por medio de impuestos y otros mecanismos.
El objetivo del Estado debe ser el fomento de sistemas socioeconómicos donde la mayoría de los ciudadanos sean capaces de satisfacer sus propias necesidades adecuadamente de manera que los gastos sociales se vuelvan mayormente innecesarios. Por lo tanto, la calidad de un estado debe ser medida en proporción inversa a los gastos sociales que se requieren para ayudar a la ciudadanía.
Mis nietos me cuentan –confieso que no he leído los libros– que en el último libro de la trilogía The Hunger Games (Los juegos del hambre) se revela que “Panem”, el nombre del país en ese mundo distópico, fue tomado del latín panem et circenses. El término fue acuñado en una obra de Juvenal, escritor romano del siglo I, quien lamenta que el pueblo es adicto a recibir favores políticos y ha abdicado sus deberes de ciudadanía. Teniendo en cuenta los bajos niveles de participación ciudadana en la política y nuestra afinidad por diversión insustancial parece que la política de pan y circo ha envejecido bien desde la caída del Imperio Romano. Las novelas Los juegos del hambre se desarrollan en un mundo donde los países de América del Norte alguna vez existieron. Esperemos que la dramatización retenga su carácter de ficción.
JOSÉ AZEL |jazel@miami.edu |@ElPoliticoWeb

Publicado por El Político

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